viernes, 3 de mayo de 2013

Sacrificio


Se  sentó en el sofá más cómodo de la casa, el que estaba frente a la ventana, la oscuridad se cernía lentamente a su alrededor, mientras la noche caía, sus ansias crecían. Su casa completamente a oscuras irradiaba silencio de las tinieblas, en su ventana escuchaba la furiosa tormenta, el repiqueteo de las gotas sobre el cristal le recordaba a su infancia, a su época feliz.
Lentamente, con la calma que siempre lo caracterizó estiró su brazo derecho, y activó el interruptor de las luces fluorescentes, las cuales brillaron con su pálida intensidad sobre la sucia escena.
-Tráela de nuevo a la vida, y a cambio te daré mi alma –Una ráfaga de viento lanzó su cabello castaño sobre su rostro. Era un día hermoso, para la gente común, el sol brillaba, alto en la cumbre del cielo, ni una sola nube se asomaba del horizonte, para Roger, era lo más triste que podía ver.
-Estás seguro de lo que me pides –Afirmó el hombre de traje gris que estaba sentado frente a él, con un puro en la mano, y su cabello pulcramente acomodado en negras ondas, con mechones grisáceos, hacia atrás.
-Sí, muy seguro. Quiero que vuelva –Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, invocando el recuerdo de sus labios, de sus grandes ojos negros que lo iluminaban todo al pasar. Ella nunca lo amó; él la idolatraba en secreto.
-Tendrás que ofrecerme dos almas a cambio -Le dijo el hombre- De lo contrario, todo lo que has considerado sufrimiento en la vida, no será nada en comparación de lo que te espera.
La sonrisa en los labios de Roger se congeló, miró fijamente a los ojos de su interlocutor, intentó ver miedo, seguridad, intento ver algo. No había nada ahí, como si el hombre con el que hablaba, estuviese muerto.
"Pero seguro que lo está, ve con quien hablo, por Dios" Pensó él mientras pasaba el dorso de su pálida mano por su frente perlada por un sudor pegajoso, nervioso.
-Bien, ¿Que decides? -Dijo el hombre de traje gris, poniéndose de pie, luciendo una deslumbrante sonrisa de dientes blancos y parejos -Soy un hombre ocupado, ¿sabías Roger? -El hombre le guiñó un ojo y sintió como unos espantosos escalofríos recorrían su espalda.
-Sí, lo haré. Te daré dos almas.
-Buen chico -El hombre de traje se dio la media vuelta, Roger, confundido lo llamó.
-Hey, ¿Es todo, no hay nada que firmar? ¿Nada de sangre que ofrendar?
-¿Sangre que ofrendar? -Indagó el hombre, y sonrió como si lo hiciese con un pequeño bebé -¿Qué es esto, el Medievo? No Roger, no te preocupes por nada. Tu tendrás tu deseo, sigue las instrucciones de la carta que llegará mañana a tu buzón y todo estará de maravilla -Roger medio sonrió, su ojos castaños se tensaron, ¿Lo estaba bromeando?
-Una carta... ¿Qué es esto, el Medievo? -Soltó una ligera carcajada por su débil parodia.
-Eres valiente, Roger. Muy valiente. Te veo pronto.
El hombre de traje se dio la media vuelta, y se alejó a pasos firmes por la avenida, no vio ni una vez hacia atrás.


La sala de Roger, fuertemente iluminada parecía sacada de una escena de algún libro de terror. El cuerpo desnudo de una mujer de piel trigueña yacía inmóvil en el suelo, era obvio su avanzado estado de putrefacción, la cual hacía a sus grandes pechos, y su alguna vez suave piel, el espectáculo mas grotesco que una mente sana alguna vez observó.
Al lado de ésta, tendido sobre el suelo, boca abajo, había un hombre, su cabello pintaba algunas canas, iba vestido andrajoso, un vago sin duda. Lentamente una mancha de sangre crecía a su alrededor, saliendo de su cuello, el cual tenía aún un escalpelo clavado. El hombre respiraba apenas, se aferraba a la vida
Roger lavaba sus manos lentamente en la cocina, dejaba a su mente viajar, iba al momento en el que conoció a Nadine, pensaba en el impacto que tuvo en él, en todos aquellos días en los que su solitaria cama ardiente rogaban por esas manos, por ese cuerpo perfectamente esculpido por las manos de Dios. "Algún día será mía" pensó. Él hacía todo para que ella se fijara en su existencia... Le enviaba rosas, le tomaba fotografías, la invitaba a salir. Pero aún así, él siempre fue invisible. Hasta aquella noche. Esa noche ella lo vio, y lo vio con miedo. Él era un Dios, y había decidido acabar con ella. ¿Por qué no lo amaba? ¿Por que huía? Él sólo quería sus labios, quería su dulce voz acariciando sus oídos mientras sus cuerpos se fundían en la pasión. Pero ella corría, corría y gritaba, le lanzaba cosas y lo llamaba "Pervertido". Él no era un pervertido, él la amaba. Cientos de fotos, las cuales rebozaban de sus brazos en ese momento, lo probaban. Él la seguía para que estuviera segura, sabía lo que hacía, con quien lo hacía, por su propio bien. Había mucha gente extraña allá afuera, y Roger no permitiría que nadie así se le acercara a Nadine. Roger soltó sus fotografías, y se lanzó sobre ella, tapando su boca con una mano, y con la otra tocando sus piernas, subiendo frenético hacia la hendidura entre estas, ella forcejeaba, arañaba y mordía. ¿Por qué no lo dejaba amarla? No lo merecía, esa era la respuesta, ese rostro angelical y ese cuerpo de Diosa no lo merecían, él era demasiado. Si no era de él, no sería de nadie. Pero como la deseaba…
Sacudió su cabeza ligeramente, debía estar concentrado, era hora…
…Subió las mangas de su camisa hasta los codos, le dio una última mirada a la escena, todos los muebles fuera de su lugar, haciendo espacio justo en el centro de la salita, en el suelo, dentro de un círculo dibujado con cera en el piso, los cuerpos de el hombre aquel, y de su amada Nadine; cinco cirios negros colocados en el contorno de éste círculo, una daga y un recipiente de plata. Roger entró cuidadosamente en el  círculo, ya no había vuelta atrás; tomó la pequeña daga brillante que estaba sobre el recipiente de plata, la levantó sobre su cabeza, y con los ojos cerrados, exclamó:
-En tu nombre, demonio ancestral, ofrendo éste corazón, así como su alma y la mía  propia, para volver a ésta mujer a la vida –Había aprendido las líneas de memoria, no supo si lo dijo con pasión, o sólo con miedo, sólo pudo pensar en la sangre, en el sacrificio (¿Estamos en el Medievo?), bajó la daga a la altura de su rostro, y la besó una vez… Con una furia salvaje arremetió contra el hombre, quitando primero capas de ropa, para después pasar a la carne, rasgando, rompiendo, la sangre corría por sus manos, y por todo el piso, había un charco negruzco y pegajoso a su alrededor, el pecho del hombre aquel estaba grotescamente abierto de par en par con costillas y todo. Lucía como algún grotesco tipo de mariposa encarnada, de aquellas que solo se pueden ver en las más terribles pesadillas, y justo en el centro de ésta mariposa, un corazón a penas palpitante, que luchaba por bombear a su cuerpo la poca sangre que aún quedaba, en cada latido el charco se hacía más grande, y el movimiento más débil. El corazón debía latir aún. Roger tomó de nuevo con fuerzas la daga que, con tanta sangre se resbalaba de sus manos, con su mano izquierda tomó el corazón y cortó carne, venas y arterias que lo unían al cuerpo. Con el bulto palpitante y chorreante en las manos, se puso de pié y gritó a viva voz:
-¡Está hecho! ¡Ahora vuélvela a la vida! –Se posó sobre una de sus rodillas, y puso el corazón en el recipiente de plata, para después colocarlo entre los grandes pechos putrefactos de la mujer, y poco a poco, tomando la sangre del cuerpo del hombre, acariciaba la grande herida en el cuello de ella, la tocaba despacio, como si quisiera cerrarla sólo con los dedos…  Aquella gran herida que él mismo había hecho aquella noche… Ella seguía corriendo, gritando, lo rechazaba  ¡Ella no paraba de gritar! ¿Qué se suponía que debía hacer? No tuvo más opción que tomar el cuchillo y hacerla callar… La silenció y disfrutó, miró en sus ojos la luz, ese brillo de ternura apagarse lentamente. La hizo suya una y mil veces, pero ya no servía de nada, ya no era ella. Sentía su piel y sus labios, cada vez más fríos, no había amor, no había ternura, ni siquiera furia. Se separó de ella lentamente, y por primera vez se sintió vació, tenía un frío que nada tenía que ver con su desnudez o con la sangre en sus manos… Eran sus deseos frustrados, su virilidad insatisfecha lo que lo hacía temblar de rabia. Decidió conservar su cuerpo, así podría intentar a diario satisfacer su sed de ella, de su cuerpo perfecto…
…Pero su cuerpo no era el mismo, día tras día cambiaba, se podría, ya ni siquiera podía acercarse, le causaba repulsión. Pero aún la deseaba, algo debía hacer…
-Más vagabundos –Se escuchó una voz calmada y profunda desde la oscuridad –Siguen ofreciéndome vagabundos, ¿Por qué ya no habrá personas ambiciosas? Como aquella madre e hijo que se ofrecieron mutuamente por el bien de su granja… El chico se llevó una sorpresa, sin duda… ¡O valientes! Los valientes son poquísimos menos aún, como aquel muchacho que me ofreció su vida… ¡Su padre cumplirá 60 años éste mes! Tantas historias que corren por ahí, tantos nombres que la gente me ha dado… ¿Será a caso que se sienten cómodos creyendo conocerme? Soy el mismo, soy el único, el que fue desde el principio de los tiempos, la serpiente y el León rugiente buscando a quien devorar –El hombre de traje se acercó un paso hacia los cirios encendidos, y titiló en la tenue luz su deslumbrante sonrisa –bien hecho, Roger, bien hecho… tengo mi corazón, y un alma… Falta la tuya misma..
-Puedes tomarla, pero primero quiero verla viva, quiero ver el brillo en sus ojos.
-Oh, pero a está viva, ¿No la ves a caso? –Roger volteó bruscamente a ver a Nadine, ella estaba ahí de nuevo, respiraba, su piel suave tenía un color hermoso, sus labios voluminosos eran deseables, suaves, él, con sus deseos tan reprimidos, se abalanzó hacia ella, y la tocó por todos lados, tanto como pudo, pero algo no estaba bien. Algo seguía faltando, se alejó y miró sus ojos… Estaban fijos, inexpresivos… Eran como los ojos de él… Ojos…
-…Sin alma –Dijo el hombre del traje gris, ensanchando un poco mas su sonrisa.
-Pero –balbuceó Roger –Tu dijiste que le devolverías…
-…La vida, si. Y ahí está, ¡Mírala! Más viva que… hace un par de horas –El hombre soltó una baja y rasposa carcajada, a causa de su propio chiste. –Le devolví la vida, pero tú, querido amigo, tú le arrebataste su alma… yo me dedico a llevarlas, no a regresarlas… ¡Ahí está tu amada, con vida! Ahora cumple tu parte del trato.
-Pero, se supone que puedes vivir sin alma, ¡Debes poder vivir sin alma, el alma no es nada!
-Oh pequeño pervertido, ¿por qué querría yo algo sin valor? ¿Por qué me dedicaría a darle a la gente lo que quiere, a cambio de algo sin lo que podrían vivir perfectamente? Debes revisar  tus fuentes, pequeñuelo –Roger se levantó, presa del pánico, debía huir, pero ¿A dónde? Él lo encontraría, él sabría…Comenzó a correr, sentía como sus pies resbalaban en el piso a causa de la sangre, saltó el cuerpo del vagabundo y al caer, resbaló definitivamente, lo que lo dejó sobre sus rodillas, justo frente al hombre de traje, el cual lo veía con una sonrisa tan grande, que resultaba difícil de comprender  -Es hora de ir a dormir –Dijo el hombre, y con un solo movimiento, tomó la vida de Roger.
El hombre del traje miró a su alrededor, la sangre derramada sobre el piso, el vagabundo, Roger, la chica mirando al infinito, y esbozando despacio una malévola sonrisa en sus labios rosas, su trabajo ahí estaba hecho, ahora sólo quedaba por ver quién relataría ésta historia en particular, que tan cierta sería, vio a la chica que poco a poco comenzaba a moverse de nuevo y sintió su sonrisa vacilar. “La muy maldita está volviendo” Dijo con cierto humor y retrocedió hacia las sombras, llevando su cargamento de almas y maldiciones entre los brazos, acunados como a un infante.



miércoles, 27 de febrero de 2013

Preámbulo Parte 1: Deja Vú.

Éste es un relato, maravillosamente realizado por el mejor de los escritores que conozco y, probablemente, que conoceré. 
Desde la primera vez que lo leí, quedé prendada de sus historias, y de la forma atrapante en la que lleva al lector de la mano por las escenas mas terroríficas y fascinantes de la parte másoscura de la imaginación humana.
Es para mi, realmente todo un honor, presentar ésta obra; precuela de unas historias antes publicadas en la página:  http://creepypastas.com/ 
El autor, es por muchas personas de esa comunidad, querido y admirado, yo incluída entre esos individuos. Brillante y excelente en todo aspecto, Don José Idiel Monsalve, mejor conocido por otros como Jose21.

Yendo un poco al contexto de ésta creación, y hablando técnicamente, sería la precuela de una precuela...
Si, tal como se lee, ésta sería la primera de tres partes, de la precuela de ésta historia: Una mágnum y una lágrima. , que es a su vez, la precuela de estas tres historias: Bajo un cielo rojo parte 1, parte dos y última parte. (¿Será así?)
Aclarado el marco teórico de la creación, y sin mas preámbulos, los dejo, con el Arte... Disfrutenlo, piénsenlo, sueñenlo...


 ______________________________________________




Miró hacia la puerta, despertando algo moribunda.
El pincel improvisado de sus dedos dejaba caminos carmesí, macados cómo el hachazo en su espalda, que no alcanzó a liquidarla del todo.
Dio una mirada hacia atrás… sillas tiradas y una vela apunto de apagarse, sobre una mesa en donde se veían algunos artilugios de colección.
Gotas de sangre caían pacientes desde la mesa, fluyendo cómo fuente viva desde el pentagrama dibujado que tan sólo hace unos minutos había querido usar…
Pero que va, todo fue un carnaval de sangre y miembros mutilados. Todo por querer tentar a las sombras del averno, a los Guardias del Infierno Leales caballeros de un hermoso Lucifer…
Tomando posesión de unos de los muchachos, y pensándose que era obra del alcohol y las drogas, comenzaron las convulsiones y las segundas lenguas.
Y luego, el hacha.
La casa a oscuras. Sólo quedaba ella y su amigo. Los otros dos, muertos, despedazados y repartidos por el lugar.
Pero faltaba una… Y no podía ver sus brazos o su cabeza colgando de algún lugar…
La curiosidad mató al gato, dicen por ahí.
Mientras se arrastraba hacia la puerta principal, evitando hacer ruidos y sintiendo la debilidad, oía los susurros en sus oídos. Poesía infernal, canticos de sufrimiento y agonía.
“¿Piensas que es un juego?”
“Aequat omnes cinis”
“Nuestro Señor… Somos 12…”
Era divertido ver cómo iba debilitándose paso a paso. Los muchachos por lo menos habían muerto de una forma menos humillante, menos sufrida. El poder de controlar el tiempo…
Si, lo habían leído en alguna parte, un viejo libro de Magia Negra, de la abuela.
Un flujo de sangre se dejó caer por la boca.
Son doce, sí. Algunos más amigables que otros. Otros con sed de sangre. Otros queriendo pasar.
Otros, planeando en tener bebés…
Horrorizada y sofocada en su propio vómito, vio en la esquina a uno de los chicos. Flotando a unos 50 cm del suelo, con las vísceras colgando, y sonriendo.
En su mano, un hacha.
La muchacha comenzó a sollozar, mientras el muchacho daba pisadas algo pesadas, dejando de levitar.
Se oían gritos desde otras partes. La muchacha sintió escurrir materia verde desde sus labios.
“Control del tiempo. Sufrimiento eterno.”
El Muchacho levantó el hacha con la más agraciada de las dichas, haciendo juego en un claroscuro con la luz de la Luna.
La chica pudo ver un color rojizo cubriendo la Luz que acababa de traerle una extraña calma a su atormentada alma…
Un descanso eterno. No era sufrimiento.
No era magia negra. No era el ritual.
Era algo más grande. Más… oscuro.
Vio la puerta abierta, y a algunas personas correr en su patio, en las calles, por todas partes, como escapando de un destino que ya estaba escrito, por el cual no valía la pena luchar.
Antes de cerrar los ojos, vio una silueta familiar, en frete de la puerta, observando con horror la escena.
- … Michelle… - murmuró la pobre muchacha.
Era quien había logrado escapar…
Un hachazo brutal dio paso a una especie de silencio momentáneo.
El poder de controlar el tiempo. ¿O que el tiempo te controle a ti?
¿Una forma de morir? ¿Una forma de fin?
Miró hacia la puerta, despertando algo moribunda.
El pincel improvisado de sus dedos dejaba caminos carmesí, macados cómo el hachazo en su espalda, que no alcanzó a liquidarla del todo.
Dio una mirada hacia atrás… sillas tiradas y una vela apunto de apagarse, sobre una mesa en donde se veían algunos artilugios de colección…



martes, 4 de diciembre de 2012

El hombre del campo.



La pequeña niña observaba el cielo campestre, veía hermosas nubes flotando, avanzando perezosas hacia donde el viento decidiera llevarlas, la tarde caía, somnolienta, sobre el extenso campo, verde hasta donde alcanzaba la vista. A su derecha, el sol despedía destellos rosáceos sobre las nubes, entre grandes espacios invadidos por árboles. A su izquierda, las montañas brumosas ya ocultas en la oscuridad, la observaban impasibles, antiguas, indiferentes. La niñita se levantó de la silla en la que estaba, vigilando si, como su madre le había ordenado, no había ensuciado su vestidito azul con un bonito estampado de borreguitos en la pechera,  sus zapatitos blancos y sus calcetas con encajes. Tomó uno de sus juguetes, el osito que la hacía sentir más segura y dio unos pasitos titubeantes hacia adelante. Alguien en el extenso campo de cultivo de maíz que crecía frente a ella, la observaba, siempre con la misma cara indiferente e inmóvil, con los brazos extendidos en cruz. Ella no sabía por qué esa persona seguía ahí. ¿No se cansaba a caso? ¿No le daba sed, o hambre? Ella era curiosa, ella quería saber.

Tomó un respiro, para valentía, miró hacia atrás, donde su madre medio dormía, meciéndose parsimoniosa y rítmicamente en la gran silla de madera, no se ausentaría mucho. Avanzó cautelosa hasta la gran muralla de plantas de maíz, había espacios entre plantas, justo para que ella pasara por ahí, se colocó en el punto en el que solo debería ir hacia adelante, para llegar directo a donde quería.

La niña sentó a su osito en el suelo, justo detrás de ella, en su mentecita, él la iba a vigilar y a proteger. Dio un gran suspiro y comenzó su camino, avanzaba, teniendo cuidado con sus pies. Ella veía que sus zapatitos se ensuciaban de barro, sabía que mami la iba a reñir, pero el hombre del campo podía necesitar ayuda.

Poco a poco, la oscuridad se cernía sobre ella, haciendo que no viera más allá de unos centímetros. Filas tras filas de grandes plantas se repetían ante sus ojos, y el camino parecía infinito. Escuchaba sonidos, como un susurro de viento. Pero no sentía nada. Era movimiento, a su alrededor. Comenzaba a ponerse muy nerviosa, avanzó más rápido, para poder terminar con eso de una vez, ella avanzaba y los sonidos aumentaban, inquietantes, no supo cuando, había  comenzado a correr, con toda la fuerza que le daban sus piernecitas, se adentraba cada vez más en aquel maizal, los músculos quemaban, los pulmones no parecían suficientes. De repente, justo frente a ella, se abrió un espacio libre de plantas, con una estaca en cruz justo en el centro...

…Pero algo faltaba… El hombre del campo, no estaba en donde siempre. La niña volteó desesperada, buscando en cada lugar que podía ver, exhausta, inhalando grandes bocanadas de aire, que se negaban a permanecer en sus pulmones. De repente, encontró con la mirada a un bulto, justo donde iniciaban las plantas, parecía una gran muñeca, doblada a la mitad, con los brazos extendidos a su lado, con paja saliendo por las hendiduras de sus ropas gastadas. La muñeca levanto despacio la cabeza, y el vértigo se apoderó de la niña. Era el hombre del campo, fuera de su lugar. Sus ojos inexpresivos, brillaban con maldad, y una sonrisa cosida en los labios, se expandía, tétrica por su cara. La niña profirió un grito chillante, ese no era un hombre, eso no era humano.

La criatura se levantaba despacio, mientras la pequeña sentía sus rodillas chocar contra el barro, el hombre del campo se ponía en posición, la niña sabía que saltaría sobre ella. La pequeña sintió su pecho contra el suelo, y después su rostro, pero ni cerraba los ojos, ni perdía de vista a la criatura, la cual se acercaba agazapada, la niña no podía mas, tenía tanto miedo.  Escuchó a lo lejos que alguien gritaba su nombre, en desesperación, y sonidos en el maizal, diferentes que susurros. Eran pasos, de mucha gente que corría. La pequeña sonrió, venían por ella, vio el gesto de furia de la criatura, y cerró los ojos, dejando a la inconsciencia curar su terror.


Cuando la niña vuelve a aquel pueblo, a aquel maizal, aun observa el infinito, recordando un raro sueño que tuvo alguna vez, había sido hace tanto tiempo y nada fue igual desde entonces. Aún cuando le pregunta a su padre por el espanta pájaros que había en el centro de aquel maizal, él evita su mirada, volviendo el ambiente tenso, y le dice con amor “ahí nunca hubo nada, cariño. Siempre tuviste una gran imaginación”. Pero ella dudaba. Ella guardaba el recuerdo de un rostro en su mente, y unos zapatitos enlodados en el armario de su habitación.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Vendetta.



La chica yacía en su cama, en silencio, con la mirada fija en la oscuridad de la única esquina libre de su habitación, era ya toda una mujer, estaba más cerca de sus 33 que de sus 32, y aún así, no podía evitar los escalofríos que sentía esa noche en particular. Tomó las sábanas y las subió hasta su cuello, dándose la media vuelta y acurrucándose en un apretado ovillo suspirando despacio, dándole la espalda a la temida oscuridad. Abrió los ojos de nuevo, y fijó su vista en la pequeña fotografía que estaba colocada en una esquina del espejo de su tocador, aunque en ese momento no alcanzaba a verla con el simple y tenue rayo de luna gris que entraba por las cortinas entreabiertas,  no era más que la caricatura de una mariposa, con ambas alas extendidas, y una de ellas, lastimosamente rota, con los restos trazados en el fondo, casi como si fuesen gotas de sangre, esparcidas y manchadas con los dedos. Ella misma lo había dibujado, era el recuerdo, pequeño, casi insignificante del daño que había hecho, tantos años atrás, y quería olvidar. Cerró los ojos, y comenzó a recordar sus buenos momentos, aquellas sensaciones que la relajaban, que la llevaban a tener un poco de calma, para conciliar el sueño en aquella terrible y enorme soledad.

Se encontraba en esa pegajosa frontera confusa entre el sueño y la realidad, y vio su rostro de nuevo, esto la sacudió un poco, no quería recordarlo a él. Pero más doloroso aún fue recordarla a ella, tal como se la imaginó, pero jamás la vio… aovillada en una esquina, llorando amargamente, con el cabello castaño en ondas despeinado y desaliñado, las mejillas pálidas y los ojos miel hinchados y rojos de tanto sufrir, apenas mas que una niña, sufriendo por aquel que ella deseó. 

Se sentó bruscamente en la cama, apartó las sábanas a patadas, y se dirigió casi corriendo a la cocina, encendiendo todas las luces en el camino; al entrar observó las cosas con atención, no sabía por qué había llegado ahí exactamente. Apoyó su mano izquierda sobre el marco de la puerta, cerró los ojos y dirigió su rostro hacia el piso, cansada. En un segundo, abrió los ojos, avanzó despacio al interior de la cocina, y se congeló por un momento. Agudizó sus sentidos, creyó haber escuchado pasos. ¿Pero qué le pasaba? ¿Estaba paranoica? En una ciudad como ésta, escuchar pasos no era nada nuevo. Medio sonrió por su estupidez, y fue a la estantería a tomar un vaso. Al avanzar hacia ahí, observó fijamente el cajón que siempre se tenía bajo llave, recordó el arma que había dentro. Se paró un segundo, con las manos en el aire, y la mirada fija. Sin pensarlo mucho mas, se dirigió al mueblecito más alto de la cocina, y, poniéndose de puntitas levantó los brazos, y tomó la lleve polvorienta que abría aquel cajón. No sabía exactamente por qué lo hacía, pero avanzó a grades pasos y se arrodilló, abriendo despacio el contenedor aquél… Sacó una caja de madera, y la puso sobre la mesa, y con un gran suspiro, la abrió, observando ahí la Beretta automática y varios cartuchos de municiones al lado. La tomó con manos temblorosas y un cartucho aparte, no quería cargar, era una estupidez hacerlo. Pero tener el arma cerca la hacía sentir más segura. Se sintió muy cansada, tanto como no lo había estado en años. Dejó todo en la cocina tal  como estaba en ese momento, salió de ahí despacio, medio arrastrando los pies, bajando interruptores al pasar. Llegó a su habitación aún adornada de manera juvenil y dudó si bajar el interruptor. Casi se abofetea a ella misma al darse cuenta de lo que pensaba, bajó furiosamente el switch, y el bombillo fluorescente dejó de brillar, dejando una sombra verdosa en lugar de luz. La chica se acurrucó de nuevo, dejando el arma y las municiones en la mesita de noche, al lado de su cama.

Se preparó de nuevo para dormir, más agotada de lo que creía, apenas su cabeza tocó la almohada, comenzó a dejar la conciencia, lento, pero no demasiado. Antes de que ella misma se diera cuenta, había caído dormida, profundamente.

Abrió los ojos de golpe, y con la tenue luz que entraba por la ventana observó al monstruo mas horrendo que jamás pudo haberse siquiera imaginado, estaba justo sobre ella, respirando un aliento pútrido, con su piel escamosa obscenamente brillante en la oscuridad, su pequeña boca, llena de dientes filosísimos, no causaba nada de miedo, a comparación de sus enormes garras de más de 20 centímetros, que parecían navajas de doble filo rematando unos brazos largos y huesudos, nudosos. Lo observó una milésima de segundo, y entonces recordó el arma, hizo el amago de lanzarse por ella, pero ni bien se había movido un solo milímetro, la criatura, de una rapidez inimaginable, atacó con sus grandes garras… La mujer apenas tuvo tiempo de exhalar un tenue quejido, que quedó flotando en la oscura soledad de aquella gran ciudad, mientras el monstruo aquel, le cortaba la garganta de un solo rápido golpe.

Mientras la bestia atacaba, y atacaba, abriendo grandes surcos sangrentes en la piel de la chica, alguien afuera reía, suavemente, tintineante, como campanas movidas por el viento, la bestia golpeaba con furia, destrozando el cuerpo, haciéndolo no más que una masa sanguinolenta de tripas y carne, reposando sobre una cama destrozada, manchada por completo de rojo, que escurría hasta la alfombra gastada.

La bestia atacaba, y atacaba, si alguien se hubiese atrevido a ver la escena, soportado la grotesca imagen del cuerpo humano hecho poco menos que carne molida y se hubiese dado solo un segundo para pensar, se habría cuestionado “¿Por qué sigue atacando?” Golpeando enérgicamente, casi con furia salvaje a una persona que aparentemente solo estuvo en mal lugar, en  mal momento.
En la ventana se  dibujaba una tenue silueta. Parada detrás de ella había una persona, con las manos extendidas al frente de si, moviéndolas despacio. Debajo de la capucha negra que cubría por completo su cabeza, se veía una piel pálida y un par de labios gruesos y carnosos pintados de carmín, estos se movían a penas, susurrando palabras irrepetibles, oscuros conjuros milenarios, para controlar fuerzas que tal vez, si no se estudiaban lo suficiente, se podían salir de control.

Pero no hoy, no a ella. Una ráfaga de viento dio justo en la cara de la hechicera tirando la capucha hacia atrás, y haciendo a su cabello flotar a su alrededor,  no se inmutó con esto, siguió susurrando sus conjuros, y moviendo sus dedos, controlando a la bestia sacada de las más profundas llamas del infierno, para perpetrar su dulce venganza… Moviendo los hilos invisibles de su poder, matándola con sus propias manos, sonriendo, viendo a través de los ojos del verdugo, atacando cada vez con más furia, hasta que no quedó nada más. Con un último conjuro de liberación y protección, acompañado de un movimiento repentino de manos, liberó a la bestia de sus ataduras, la cual solo observó a su alrededor, y desapareció en un rugido gutural, volviendo al infierno, a donde pertenece.

La bruja oscura sonreía saboreando el dulce momento; sintió unas gotas de lluvia caer en su ondulante y largo cabello castaño, sus mejillas, sonrosadas dulce e infantilmente, se contrajeron un poco  al ensancharse más la sonrisa en el rostro de aquella. Su expresión era angelical, la más hermosa que muchas personas habrían visto en toda su vida. Comenzó a andar, pensando en llegar pronto a su casa; Su amado no se daría cuenta de su ausencia, aunque más valía no arriesgarse, en cuanto a aquella mujer, ni siquiera la recordaba, se había asegurado de eso día tras día, escudriñando profundamente en sus pensamientos. Quería acurrucarse en la cama junto a él, además, casi era la hora en la que la pequeña bebé despertaba llorando de hambre, y sus hermanitos iban a por ella. Necesitaban a mamá. La hechicera, en un intento por protegerse de la fría lluvia, subió de nuevo su capucha, y arreció el paso, escondiendo en la oscuridad sus aún infantiles ojos color miel.