Se sentó en el sofá más cómodo de la casa, el
que estaba frente a la ventana, la oscuridad se cernía lentamente a su
alrededor, mientras la noche caía, sus ansias crecían. Su casa completamente a
oscuras irradiaba silencio de las tinieblas, en su ventana escuchaba la furiosa
tormenta, el repiqueteo de las gotas sobre el cristal le recordaba a su
infancia, a su época feliz.
Lentamente,
con la calma que siempre lo caracterizó estiró su brazo derecho, y activó el
interruptor de las luces fluorescentes, las cuales brillaron con su pálida
intensidad sobre la sucia escena.
-Tráela
de nuevo a la vida, y a cambio te daré mi alma –Una ráfaga de viento lanzó su
cabello castaño sobre su rostro. Era un día hermoso, para la gente común, el
sol brillaba, alto en la cumbre del cielo, ni una sola nube se asomaba del horizonte,
para Roger, era lo más triste que podía ver.
-Estás
seguro de lo que me pides –Afirmó el hombre de traje gris que estaba sentado
frente a él, con un puro en la mano, y su cabello pulcramente acomodado en
negras ondas, con mechones grisáceos, hacia atrás.
-Sí,
muy seguro. Quiero que vuelva –Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro,
invocando el recuerdo de sus labios, de sus grandes ojos negros que lo
iluminaban todo al pasar. Ella nunca lo amó; él la idolatraba en secreto.
-Tendrás
que ofrecerme dos almas a cambio -Le dijo el hombre- De lo contrario, todo lo
que has considerado sufrimiento en la vida, no será nada en comparación de lo
que te espera.
La
sonrisa en los labios de Roger se congeló, miró fijamente a los ojos de su
interlocutor, intentó ver miedo, seguridad, intento ver algo. No había nada ahí,
como si el hombre con el que hablaba, estuviese muerto.
"Pero
seguro que lo está, ve con quien hablo, por Dios" Pensó él mientras pasaba
el dorso de su pálida mano por su frente perlada por un sudor pegajoso,
nervioso.
-Bien,
¿Que decides? -Dijo el hombre de traje gris, poniéndose de pie, luciendo una
deslumbrante sonrisa de dientes blancos y parejos -Soy un hombre ocupado,
¿sabías Roger? -El hombre le guiñó un ojo y sintió como unos espantosos
escalofríos recorrían su espalda.
-Sí,
lo haré. Te daré dos almas.
-Buen
chico -El hombre de traje se dio la media vuelta, Roger, confundido lo llamó.
-Hey,
¿Es todo, no hay nada que firmar? ¿Nada de sangre que ofrendar?
-¿Sangre
que ofrendar? -Indagó el hombre, y sonrió como si lo hiciese con un pequeño
bebé -¿Qué es esto, el Medievo? No Roger, no te preocupes por nada. Tu tendrás
tu deseo, sigue las instrucciones de la carta que llegará mañana a tu buzón y
todo estará de maravilla -Roger medio sonrió, su ojos castaños se tensaron, ¿Lo
estaba bromeando?
-Una
carta... ¿Qué es esto, el Medievo? -Soltó una ligera carcajada por su débil
parodia.
-Eres
valiente, Roger. Muy valiente. Te veo pronto.
El
hombre de traje se dio la media vuelta, y se alejó a pasos firmes por la
avenida, no vio ni una vez hacia atrás.
La
sala de Roger, fuertemente iluminada parecía sacada de una escena de algún
libro de terror. El cuerpo desnudo de una mujer de piel trigueña yacía inmóvil en
el suelo, era obvio su avanzado estado de putrefacción, la cual hacía a sus
grandes pechos, y su alguna vez suave piel, el espectáculo mas grotesco que una
mente sana alguna vez observó.
Al
lado de ésta, tendido sobre el suelo, boca abajo, había un hombre, su cabello
pintaba algunas canas, iba vestido andrajoso, un vago sin duda. Lentamente una
mancha de sangre crecía a su alrededor, saliendo de su cuello, el cual tenía
aún un escalpelo clavado. El hombre respiraba apenas, se aferraba a la vida
Roger
lavaba sus manos lentamente en la cocina, dejaba a su mente viajar, iba al
momento en el que conoció a Nadine, pensaba en el impacto que tuvo en él, en
todos aquellos días en los que su solitaria cama ardiente rogaban por esas
manos, por ese cuerpo perfectamente esculpido por las manos de Dios. "Algún
día será mía" pensó. Él hacía todo para que ella se fijara en su
existencia... Le enviaba rosas, le tomaba fotografías, la invitaba a salir.
Pero aún así, él siempre fue invisible. Hasta aquella noche. Esa noche ella lo
vio, y lo vio con miedo. Él era un Dios, y había decidido acabar con ella. ¿Por
qué no lo amaba? ¿Por que huía? Él sólo quería sus labios, quería su dulce voz
acariciando sus oídos mientras sus cuerpos se fundían en la pasión. Pero ella
corría, corría y gritaba, le lanzaba cosas y lo llamaba "Pervertido".
Él no era un pervertido, él la amaba. Cientos de fotos, las cuales rebozaban de
sus brazos en ese momento, lo probaban. Él la seguía para que estuviera segura,
sabía lo que hacía, con quien lo hacía, por su propio bien. Había mucha gente
extraña allá afuera, y Roger no permitiría que nadie así se le acercara a
Nadine. Roger soltó sus fotografías, y se lanzó sobre ella, tapando su boca con
una mano, y con la otra tocando sus piernas, subiendo frenético hacia la
hendidura entre estas, ella forcejeaba, arañaba y mordía. ¿Por qué no lo dejaba
amarla? No lo merecía, esa era la respuesta, ese rostro angelical y ese cuerpo
de Diosa no lo merecían, él era demasiado. Si no era de él, no sería de nadie.
Pero como la deseaba…
Sacudió
su cabeza ligeramente, debía estar concentrado, era hora…
…Subió
las mangas de su camisa hasta los codos, le dio una última mirada a la escena,
todos los muebles fuera de su lugar, haciendo espacio justo en el centro de la
salita, en el suelo, dentro de un círculo dibujado con cera en el piso, los
cuerpos de el hombre aquel, y de su amada Nadine; cinco cirios negros colocados
en el contorno de éste círculo, una daga y un recipiente de plata. Roger entró
cuidadosamente en el círculo, ya no
había vuelta atrás; tomó la pequeña daga brillante que estaba sobre el
recipiente de plata, la levantó sobre su cabeza, y con los ojos cerrados,
exclamó:
-En tu
nombre, demonio ancestral, ofrendo éste corazón, así como su alma y la mía propia, para volver a ésta mujer a la vida
–Había aprendido las líneas de memoria, no supo si lo dijo con pasión, o sólo
con miedo, sólo pudo pensar en la sangre, en el sacrificio (¿Estamos en el
Medievo?), bajó la daga a la altura de su rostro, y la besó una vez… Con una
furia salvaje arremetió contra el hombre, quitando primero capas de ropa, para
después pasar a la carne, rasgando, rompiendo, la sangre corría por sus manos,
y por todo el piso, había un charco negruzco y pegajoso a su alrededor, el
pecho del hombre aquel estaba grotescamente abierto de par en par con costillas
y todo. Lucía como algún grotesco tipo de mariposa encarnada, de aquellas que
solo se pueden ver en las más terribles pesadillas, y justo en el centro de
ésta mariposa, un corazón a penas palpitante, que luchaba por bombear a su
cuerpo la poca sangre que aún quedaba, en cada latido el charco se hacía más
grande, y el movimiento más débil. El corazón debía latir aún. Roger tomó de
nuevo con fuerzas la daga que, con tanta sangre se resbalaba de sus manos, con
su mano izquierda tomó el corazón y cortó carne, venas y arterias que lo unían
al cuerpo. Con el bulto palpitante y chorreante en las manos, se puso de pié y
gritó a viva voz:
-¡Está
hecho! ¡Ahora vuélvela a la vida! –Se posó sobre una de sus rodillas, y puso el
corazón en el recipiente de plata, para después colocarlo entre los grandes
pechos putrefactos de la mujer, y poco a poco, tomando la sangre del cuerpo del
hombre, acariciaba la grande herida en el cuello de ella, la tocaba despacio,
como si quisiera cerrarla sólo con los dedos…
Aquella gran herida que él mismo había hecho aquella noche… Ella seguía
corriendo, gritando, lo rechazaba ¡Ella
no paraba de gritar! ¿Qué se suponía que debía hacer? No tuvo más opción que
tomar el cuchillo y hacerla callar… La silenció y disfrutó, miró en sus ojos la
luz, ese brillo de ternura apagarse lentamente. La hizo suya una y mil veces,
pero ya no servía de nada, ya no era ella. Sentía su piel y sus labios, cada
vez más fríos, no había amor, no había ternura, ni siquiera furia. Se separó de
ella lentamente, y por primera vez se sintió vació, tenía un frío que nada
tenía que ver con su desnudez o con la sangre en sus manos… Eran sus deseos
frustrados, su virilidad insatisfecha lo que lo hacía temblar de rabia. Decidió
conservar su cuerpo, así podría intentar a diario satisfacer su sed de ella, de
su cuerpo perfecto…
…Pero
su cuerpo no era el mismo, día tras día cambiaba, se podría, ya ni siquiera
podía acercarse, le causaba repulsión. Pero aún la deseaba, algo debía hacer…
-Más
vagabundos –Se escuchó una voz calmada y profunda desde la oscuridad –Siguen
ofreciéndome vagabundos, ¿Por qué ya no habrá personas ambiciosas? Como aquella
madre e hijo que se ofrecieron mutuamente por el bien de su granja… El chico se
llevó una sorpresa, sin duda… ¡O valientes! Los valientes son poquísimos menos
aún, como aquel muchacho que me ofreció su vida… ¡Su padre cumplirá 60 años
éste mes! Tantas historias que corren por ahí, tantos nombres que la gente me
ha dado… ¿Será a caso que se sienten cómodos creyendo conocerme? Soy el mismo,
soy el único, el que fue desde el principio de los tiempos, la serpiente y el León
rugiente buscando a quien devorar –El hombre de traje se acercó un paso hacia
los cirios encendidos, y titiló en la tenue luz su deslumbrante sonrisa –bien
hecho, Roger, bien hecho… tengo mi corazón, y un alma… Falta la tuya misma..
-Puedes
tomarla, pero primero quiero verla viva, quiero ver el brillo en sus ojos.
-Oh,
pero a está viva, ¿No la ves a caso? –Roger volteó bruscamente a ver a Nadine,
ella estaba ahí de nuevo, respiraba, su piel suave tenía un color hermoso, sus
labios voluminosos eran deseables, suaves, él, con sus deseos tan reprimidos,
se abalanzó hacia ella, y la tocó por todos lados, tanto como pudo, pero algo
no estaba bien. Algo seguía faltando, se alejó y miró sus ojos… Estaban fijos,
inexpresivos… Eran como los ojos de él… Ojos…
-…Sin
alma –Dijo el hombre del traje gris, ensanchando un poco mas su sonrisa.
-Pero
–balbuceó Roger –Tu dijiste que le devolverías…
-…La
vida, si. Y ahí está, ¡Mírala! Más viva que… hace un par de horas –El hombre
soltó una baja y rasposa carcajada, a causa de su propio chiste. –Le devolví la
vida, pero tú, querido amigo, tú le arrebataste su alma… yo me dedico a llevarlas,
no a regresarlas… ¡Ahí está tu amada, con vida! Ahora cumple tu parte del
trato.
-Pero,
se supone que puedes vivir sin alma, ¡Debes poder vivir sin alma, el alma no es
nada!
-Oh
pequeño pervertido, ¿por qué querría yo algo sin valor? ¿Por qué me dedicaría a
darle a la gente lo que quiere, a cambio de algo sin lo que podrían vivir
perfectamente? Debes revisar tus
fuentes, pequeñuelo –Roger se levantó, presa del pánico, debía huir, pero ¿A
dónde? Él lo encontraría, él sabría…Comenzó a correr, sentía como sus pies
resbalaban en el piso a causa de la sangre, saltó el cuerpo del vagabundo y al
caer, resbaló definitivamente, lo que lo dejó sobre sus rodillas, justo frente
al hombre de traje, el cual lo veía con una sonrisa tan grande, que resultaba
difícil de comprender -Es hora de ir a
dormir –Dijo el hombre, y con un solo movimiento, tomó la vida de Roger.
El
hombre del traje miró a su alrededor, la sangre derramada sobre el piso, el
vagabundo, Roger, la chica mirando al infinito, y esbozando despacio una
malévola sonrisa en sus labios rosas, su trabajo ahí estaba hecho, ahora sólo
quedaba por ver quién relataría ésta historia en particular, que tan cierta
sería, vio a la chica que poco a poco comenzaba a moverse de nuevo y sintió su
sonrisa vacilar. “La muy maldita está volviendo” Dijo con cierto humor y
retrocedió hacia las sombras, llevando su cargamento de almas y maldiciones
entre los brazos, acunados como a un infante.